LA CRISIS SANITARIA MUNDIAL ES EXPRESIÓN DE UN CAPITALISMO EN DECADENCIA

La pandemia del COVID 19 ha puesto en el ojo de la tormenta al sistema mundial de salud. El deterioro del sistema sanitario producto de constantes recortes presupuestarios implica que cientos de millones de personas en el mundo no tengan acceso a la salud. La fragilidad del mismo frente al aumento de casos no previstos por emergencias tiende al colapso total incluso en países desarrollados. En países semicoloniales el desastre puede ser de dimensiones terroríficas como ya pueden verse atisbos en Ecuador. No habrá solución mientras la salud sea un negocio lucrativo para algunas empresas amparadas por los gobiernos. Solo el socialismo con la economía planificada puede garantizar una salud universal que acabe para siempre con muertes por enfermedades evitables.
El coronavirus y un sistema de salud público en declive
El efecto de la pandemia del Coronavirus que azota al planeta desde principios del 2020 ha demostrado a los ojos de todo el mundo la debilidad del sistema sanitario en la mayoría de los países. Incluso países imperialistas como EE.UU., Italia, España y Francia tienen sus sistemas sanitarios completamente colapsados con picos de miles de muertos por día por falta de personal profesional, instalaciones hospitalarias aptas e instrumentos imprescindibles como respiradores artificiales, entre otras cosas. Esta falta de infraestructura y personal que deja completamente indefensa la salud de millones de personas, se da en el marco de ajustes en el presupuesto sanitario y el despido constante de trabajadores del servicio desde la crisis del 2008.
La mayoría de los gobiernos tuvieron una reacción lenta marcadas por el ritmo de lo que imponía la economía a través de los mercados financieros y la burguesía industrial. El miedo a paralizar la de por sí ya frágil economía capitalista hizo que las medidas sociales llegaran muy tarde con consecuencias calamitosas. El lema de que la economía es más importante que las vidas es la expresión más clara de lo que está dispuesta la burguesía imperialista con tal de no perder sus ganancias.
En el caso de Latinoamérica el coronavirus todavía no ha llegado al nivel de EE.UU. y Europa, pero esto no puede descartarse en un próximo periodo. La falta de recursos y la precariedad de los sistemas sanitarios latinoamericanos provocarían el colapso mucho más rápidamente. Al mismo tiempo las medidas de cuarentena total y la posibilidad de aislamiento en países donde el trabajo formal es reducido (la enorme mayoría vive del día a día) hace insostenible la situación. El ejemplo de la región de Guayaquil en Ecuador es una muestra contundente de esta realidad, donde pueden verse personas muertas en los domicilios y en las aceras de las ciudades fuertemente golpeadas por la pandemia.
En el caso particular de Bolivia la situación es por demás precaria y no existe ninguna voluntad política del gobierno de prever un escenario de aumento exponencial de casos que puede derivar en una verdadera tragedia social.
Según la OMS se plantea que cada 10.000 habitantes debería haber una cama de terapia intensiva (UTI). Teniendo en cuenta los habitantes de Bolivia el país debería contar con 1.163 unidades, pero la realidad es que se cuentan con 430 camas, es decir un 38% de lo mínimo e indispensable.
Pero lo más grave de este asunto es que de esas 430 UTI el 60% son del sector privado de salud, que por sus costos resultan prácticamente inalcanzables para la enorme mayoría de la población. En el departamento de Cochabamba se necesitan por lo menos 200 camas pero solo funcionan 60. El hospital Viedma, el principal de la ciudad, apenas tiene ocho. En esas condiciones está asegurada la masacre de la población.[1]
A esto hay que sumar que de conjunto el sistema nacional tiene carencia de medicamentos, insumos de seguridad y recursos humanos (Profesionales que no cubren ni el 50% de la demanda). Los expertos coinciden: no estamos listos para la pandemia, el sector público no está bien equipado, falta infraestructura, falta de materiales para reducir al mínimo la posibilidad de contagio del personal de por sí ya escaso. Esto último es fundamental porque si se da un contagio de los especialistas que actualmente solo cubre el 50 % de lo necesario la situación será prácticamente insostenible.
El personal de enfermería es el gran sector expuesto a la posibilidad de contagio en esas temibles condiciones. La sobrecarga de pacientes por enfermeras, la falta de insumos de seguridad pone en riesgo la vida de este sector de trabajadores de la salud que siempre pagan los platos rotos de la desidia de las autoridades y políticos.
Estos datos alarmantes deberían poner en guardia al gobierno para asumir desde ahora medidas urgentes para el sector de salud antes de que sea tarde. Pero hasta ahora se mueven de forma lenta y al compás de lo que exigen los hechos consumados. Advertimos que toda la responsabilidad de esto será exclusivamente del gobierno incluido los masistas del congreso que también miran para otro lado pensando en sus fines politiqueros y electoralistas.
En un país como el nuestro dónde más del 60% de la economía es informal y por tanto sin acceso a seguro social y con hospitales públicos en pésimas condiciones la realidad es que en el caos los más beneficiados serán los mercenarios de la medicina privada que tendrán un negocio redondo para enriquecerse a costa de la desesperación de las familias.
Se hace urgente que los trabajadores y sectores empobrecidos se organicen y planteen medidas extraordinarias exigiendo entre otras cosas la nacionalización de la salud privada y la creación de un seguro universal al que debe inyectarse por lo menos el 20% del PIB por emergencia.
El capitalismo y el negocio de la salud
El capitalismo es un sistema que se basa en la desigualdad social, y es en el tema del acceso a la salud es donde más evidente se torna este hecho. Las cifras del Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestran que la mitad de la población mundial carece de acceso a servicios de salud esenciales y los gastos en salud que las familias se ven a obligadas a realizar lanzan a la pobreza extrema a 100 millones de personas.[2]
En el capitalismo todo gira alrededor de la producción de mercancías y la búsqueda de ganancias. En el caso de la salud no podría ser de otro modo, se trata de una mercancía más al que es necesario sacarle el máximo rendimiento. Para los Estados burgueses el “gasto” en salud pública es demasiado costoso de mantener y es el sector que siempre está en la mira a la hora de intentar achicar el presupuesto en la búsqueda del “equilibrio fiscal” que con tanta insistencia recomiendan organismos internacionales como el FMI.
Pero a desmedro de la salud pública crece constantemente la salud privada. Por cada cama que se cierra en un hospital público se abre otro en la privada. Los presupuestos que se acortan para los gastos en salud pública al mismo tiempo se disparan para los de gestión privada. El porcentaje de acumulación de paciente por profesional que aumenta constantemente en la salud pública se reduce en la privada. Centros públicos que se cierran, centros privados que se inauguran. Y Así sucesivamente.
Esto explica el fenómeno de la privatización de la salud como una tendencia que se impone en todo el mundo con las consecuencias nefastas para millones de personas, y para colmo de males es que se da con la venia del poder de turno con el traslado de presupuesto público a esferas del negocio privado.
Otros problemas de salud graves que el coronavirus ha tapado
En un mundo tan desigual y con tantos niveles de miseria es lógico que la mayor parte de las muertes estén relacionadas con enfermedades vinculadas a la pobreza. Es decir, muertes por causas evitables. Esta situación socioeconómica afecta a más de 1,000 millones de personas de todas las edades y todo el mundo; de las cuales 70% son mujeres, según datos de la ONU.[3]
En los países de bajos ingresos, menos de una cuarta parte de la población llega a los 70 años, y más de una tercera parte de todos los fallecimientos se produce entre los menores de 14 años. Además, las complicaciones del embarazo y el parto juntas son aún una de las principales causas de defunción, ya que acaban con la vida de madres y lactantes. Eso significa que las muertes por enfermedades relacionadas con la pobreza tienen fundamentalmente rostro de niños y mujeres.
Las enfermedades infecciosas como las pulmonares, diarreicas, el VIH/Sida, la tuberculosis y el paludismo son las que cobran más vidas en esas condiciones en los países de bajos ingresos. Cada año mueren más de 14 millones de individuos a causa de males infecciosos y parasitarios, las más comunes son: el cólera y otras afecciones diarreicas epidémicas, dengue y dengue hemorrágico, dracunculosis (gusano de Guinea), enfermedad de Chagas, úlcera de Buruli, entre otras.[4]
Estos males están relacionados con la desnutrición, la falta de acceso a atención médica y la falta de salubridad. En todos los casos el común denominador es la pobreza generada por un sistema social como el capitalismo que está en franca descomposición y que debe ser superado para evitar mayores estragos para la humanidad.
El socialismo y la economía planificada pueden garantizar una salud de calidad para todos
A diferencia del capitalismo que busca en la salud un beneficio económico con una tendencia a la privatización, en el socialismo la salud sería un derecho fundamental prioritario para todos que debe ser financiado por el Estado. La diferencia entre salud pública y privada desaparecería bajo un único sistema social que ampliaría sus posibilidades. La inversión en salud podría fácilmente duplicarse o triplicarse al principio, gracias a la socialización de los grandes medios de producción y la expropiación de la banca privada. Al mismo tiempo podría crearse un fondo especial destinado a este tipo de emergencias que permita estar mejor preparados.
Como la economía sería planificada en función a los intereses sociales y no a la ganancia, el conjunto de la economía podría reorientarse en caso de ser necesario por emergencias sanitarias hacia los objetivos de su combate de forma mucho más radical y expedita al no haber trabas por parte de intereses de clase mezquinos. La industria podría ponerse al servicio de la fabricación de los aparatos y elementos medicinales necesarios.
Los cientos de miles de millones de dólares destinados al armamentismo y la producción para la destrucción podrían ser destinados a la búsqueda de curas para nuevas enfermedades y la producción masiva de vacunas. Con este tipo de sistema podrían salvarse millones de vidas en casos excepcionales y garantizar el acceso a la salud de todos los seres humanos.
Como podemos ver otro mundo es posible: está en manos de los trabajadores y demás sectores oprimidos el poder llevarlo a cabo.

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